lunes, 13 de marzo de 2017

El dilema de las donaciones en las bibliotecas


Dicen “que por sus libros los conoceréis”, pero ¿a quiénes?, pues, a los que dicen ser intelectuales y que en algún momento de su vida formaron parte de la Academia de Historia de Colombia, Academia de la Lengua, al fin y al cabo, academias en las que priman las relaciones y aristocracias, más que el intelecto y el buen gusto por la cultura y el arte. Esos personajes eran políticos con poder y con ínfulas de “intelectuales”, pero eran más profanos que un bibliotecario, quien solamente ve pasar el tiempo por la ventana de su oficina o sólo espera que lleguen las primíparas para coquetear. Esos “intelectuales” jamás fueron a una librería ni a una biblioteca y muchos menos compraron un libro por medio de Amazon, pues, en aquellos tiempos ni Internet existía. Esos intelectuales recibían los libros que publicaban en el siglo pasado las instituciones públicas en Colombia como Imprenta Nacional, Instituto Caro y Cuervo, Presidencia de la República, Banco de la República etc., después de recibirlos los acumulaban en una hermosa estantería que estaba en un espacio decorado debidamente con escritorio, silla, lámpara y hasta máquina de escribir, o bien, con un computador viejo en un lugar visible de la casa para propios y extraños. El “intelectual” acumulaba todo libro que recibía como obsequio con o sin dedicatoria, pero ese libro jamás fue leído, cosa que puede comprobarse porque es común encontrar esos libros con las hojas sin legajar debidamente en el proceso de encuadernación y lo peor de todo es que cuando se abren esos libros para revisarlos, sino se tiene el cuidado necesario se termina lleno del polvo que recogió ese texto por décadas y en caso de mala suerte no es raro encontrar dentro del mismo bichos y manchas de humedad.  
Entonces uno se pregunta ¿por qué sus familiares donan esos libros a las bibliotecas? Aunque no le he preguntado a ninguno de los familiares de esos “intelectuales” que creen que son descendientes de historiadores, lingüistas, políticos, etc., pero me imagino que por simple ignorancia y desconocimiento sobre qué debe y qué no debe donarse a una biblioteca, talvez nada más por eso. Generalmente los descendientes de esos personajes lo primero que hacen es comenzar a vender los muebles, cuadros, enceres, etc. a tiendas de antigüedades, después ofrecen los libros a las librerías de viejo, quienes se pueden dar el lujo de sugerir el reciclaje para el basurero que acumularon durante décadas, pero los familiares con el dolor por semejante humillación sin poder sacar unos cuántos miles que recuperen el almacenamiento de años, deciden “compartir” esos libros con otros y que mejor llamar a una biblioteca prestigiosa y reconocida en Bogotá para ofrecerlos, porque por lo menos su nombre quedará registrado entre los donantes de una biblioteca prestigiosa.
Es así como el bibliotecólogo que se encarga de recibir, identificar, seleccionar y evaluar las donaciones, el día más inesperado recibe el indeseado recado de que tendrá que recoger una colección de libros en la casa de un “intelectual” que falleció hace algunos años. Para desdicha de ese bibliotecólogo, no puede negarse, pues, el personaje que efectuó la llamada para hacer el ofrecimiento es amigo íntimo de algún directivo universitario, que bien el personaje muy podría llevárselos a su casa para leer con sus hijos. Así, comienza el sufrimiento del bibliotecólogo y del auxiliar de biblioteca que tendrán que trasladarse a recoger los libros, mientras los familiares con una graciosa verborrea tratan de convencer al personal de la biblioteca de la importancia de esa colección, de lo hermoso que se ven los libros rayados con resaltador y el bibliotecólogo se pregunta cómo puede un señor que murió en la década de los 80 y que nació a finales del siglo XIX rayar sus libros con resaltador. El bibliotecólogo solamente escucha al donante, mientras arma cajas, empaca libros y piensa que todos esos textos se irán al reciclaje, pues, el estado, los rayones y los temas de esos documentos no permiten ni siquiera donarlos a otra institución. Al finalizar la recolección, el personal de la biblioteca se lleva las cajas a la institución y comienza a realizar los procesos internos de revisión, listar los títulos, etc. Esas revisiones tardan días o semanas dependiendo del número de títulos que se hayan recibido, así pasan los días del bibliotecólogo hojeando libros viejos, llenos de polvo, hongos, etc. De repente, pasados unos días el bibliotecólogo recibe la orden de devolver la donación, porque el donante prefirió trasladar la basura a otra biblioteca con la justificación “romántica” de que su pariente era egresado de una prestigiosa universidad bogotana que estará muy orgullosa de recibir esas joyas bibliográficas, entonces de nuevo a empacar el basurero en cajas para que sea retirado. Ese momento de devolver la basura es uno de los más felices del bibliotecólogo, pues, no tendrá que perder el tiempo tan inútilmente en revisar títulos de libros que la biblioteca tiene almacenados en depósitos, porque desde hace décadas no se usa. ¿Por qué no se usan? Sencillamente porque el conocimiento se acumulado exponencialmente desde hace décadas, exactamente desde la segunda guerra mundial el avance de la ciencia y la tecnología son imparables. Al parecer ese tipo de cosas no lo saben los herederos de esos personajes, porque sencillamente viven en un mundo de apariencias sociales.

¿Qué conclusión puede un bibliotecólogo extraer de una situación de ese tipo? Simplemente las personas que valoran los libros y que coleccionan joyas bibliográficas por su temática, ilustraciones, encuadernaciones, etc. no los donan tan generosamente como lo hacen esos familiares de “intelectuales” a una biblioteca, solamente en casos excepcionales esas maravillosas bibliotecas personales son donadas y en muchas cosas son vendidas al mejor postor como el caso del archivo y biblioteca personal de Gabriel García Márquez, que lamentablemente fue vendida a la Universidad de Texas en Estados Unidos. Así que por favor antes de donar su biblioteca familiar, personal, institucional, etc. analiza si realmente sus libros son tan valiosos y hágase la pregunta ¿me los llevaría a mi casa? Si la respuesta es no, simplemente véndalos como reciclaje, no los done a la biblioteca. Las bibliotecas son templos del conocimiento, no son basureros.

2 comentarios:

  1. Hola Cristina.

    Muy interesante entrada. Me da mucha curiosidad y quisiera preguntarte ¿cuál consideras que sería la biblioteca de un profesional en ciencia de la información, que como dices, difícilmente donaría por su valor? ¿Cuáles serían esos libros de nuestra profesión que nunca serían donados porque, como lo mencionas, nadie los donaría?

    Un abrazo y gracias por compartir tu texto.

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  2. Querido David, buena pregunta. Los que valoran los libros en sus bibliotecas no los regalan tan fácilmente, los venden.

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